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Rodolfo. — Todavía hay algunas casas así.
Sta, Raquel. — Efectivamente, aunque muy pocas quedan ya de ese tiempo. ¿De modo que no les gusta a ustedes esta casa ?
Julia. — Hoy tenemos casas mucho mejores, y no hay duda que ésa pasaría inadvertida para cualquiera.
Sta. Raquel. —Pasaría tal vez inadvertida para un extranjero, pero nunca para un argentino.
Mercedes. — ¿Qué casa es ésa? pues.
Sta. Raquel — Es la casa de Tucumán.
Jacobo. — ¿La casa de Tucumán? Entonces ¿no está en Buenos Aires?
Sta. Raquel. — No, por cierto; está en Tucumán, que, como ustedes saben, es la capital de la pro- vincia del mismo nombre, una de las más pintores- cas del país.
Celia. — Y ¿por qué la llaman la casa de Tucu- mán, como si no hubiera otras en esa ciudad?
Sta. Raquel. — Y en efecto, no hay otra que ten- ga la tradición histórica de esta modesta casa.
Luis. — ¿Qué pasó en ella?
Sta. Raquel. — Allí se juró nuestra independencia el 9 de julio de 1816.
Había en esa casa y existe todavía, aunque muy deteriorada por el tiempo, una gran sala en la que