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AGUAS TRANQUILAS

En el claro cristal de un manso arroyo que corre murmurando dulcemente, los árboles contemplan con orgullo el bello efecto de sus trajes verdes.

El sol ya bajo, entre las ramas filtra sus hilos de oro con que a prisa teje vistosas redecillas, do las hojas sus sueltos bucles con pereza envuelven.

Un arbolito nuevo, que el misterio de las cosas del mundo no comprende, mira perplejo las tranquilas aguas,

y las reprende así, casi impaciente.

— ¿Qué hacéis? ¿Dormís? mientras la tierra toda brotar la vida por doquiera siente, mientras todo trabaja y se renueva ¿vosotras descansáis? ¡Oh! ¡qué indolentes!

Al escuchar la voz del arbolito rizó sus ondas la gentil corriente, y dijo, siempre con murmurio lento cual si del joven árbol se riese:

— Niño, no sabes lo que dices. Piensa que si hoy un porte tan gallardo tienes, es gracias a esta paz que me reprochas,

y que es por mí que creces bello y fuerte.