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CÓMO CRECIÓ POROTO
La señorita nos dijo el otro día que escribiéra- mos un cuento; pero un cuento real, de algo que hubiésemos visto. Se me ocurrió entonces escribir el cuento de Poroto. Ustedes creerán tal vez que éste es el sobrenombre de algún niño. Nada de eso; estoy hablando de un poroto de verdad, sólo que, habiéndolo visto crecer, lo considero como si fuera una persona, y hago de su nombre, que es común, un verdadero nombre propio.
Encontré el poroto de que hablo, en el patio de casa; sin duda debió caérsele al almacenero que trae las provisiones todas las mañanas. Lo levanté y, después de hacerlo saltar un rato en el aire, se me ocurrió que podía plantarlo para tener una bonita enredadera.
Tomé un vaso, en el que puse agua con un po- quito de tierra, y sembré el poroto, que vino a que- dar contra el vaso; puse éste en una ventana hasta donde suele llegar el sol, y lo dejé allí.
Confieso que esa misma tarde olvidé mi siembra, y lo mismo me sucedió durante dos días. Al ter- cero, la recordé, estando aún en cama; entonces me vestí de prisa y corrí a la ventana.