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¿No es verdád que da pena pensar en la -suerte de estos pobres animales tan inofensivos?

Tal vez mañana uno de los lechoncitos estará asándose en el horno de alguna casa.

Y peor para él si llega a grande, porque tan pronto como esté a punto, lo matarán para apro- vechar todo su cuerpo, pues pocos animales hay como el cerdo, del que nada se desperdicia.

Sus piernas, bien saladas, ahumadas y enfunda- das, serán vendidas a buen precio con el nombre de jamones.

La carne penderá de los ganchos en el mercado, y el tocino que la cubre, salado también, irá a los almacenes.

La rica sangre será transformada en morcillas, sir- viéndoles de envoltura los mismos intestinos del cerdo. Combinando pedacitos de carne con otros de tocino, se hará embutidos variados; y hasta se utilizará la cerda en la fabricación de cepillos y pinceles, y el cuero, en la confección de valijas de mano. ¡Con decir que se comen las patas y la cabeza del cerdo!

¡Triste suerte la del pobre animal! Pero ¿por qué triste? Todos los seres tienen que cumplir un papel en la vida. ¡Felices aquéllos de quienes pueda decirse que no fueron inútiles!