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sorpresa lo privó de movimiento. Su forma había cambiado totalmente. Tenía el cuerpo más fino, y sobre el dorso llevaba dos bellas alas amarillas con manchas negras, que daba gusto mirar. El sol las hacía brillar cual si fueran de metal, y al agitarlas, notó que se des- prendía de ellas un polvillo muy fino.
El paisaje que la rodeaba no podía ser más hermoso. Esa opulenta huer- ta, llena de flores, despertó su curiosi- dad. Abrió las alas volando alegre bajo el sol; giró durante algún tiempo mi- rándolo todo, y fa- tigada, se detuvo a reposar sobre una flor. Algo llamó su atención en el centro de aquélla; acercóse, estiró su lengua, que parecía una aguja, y la in- trodujo en el corazón de la flor. «¡Qué delicia! —exclamó — este debe ser el néctar de que viven las mariposas. »
