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Julia y Alberto. — Buenas tardes, hermanita.
Irene — Vengan a tomar el té antes que se en- fríe. ¿Quieres más leche? Julita.
Julia. — Bueno, mamá, si me haces el favor.
Susana. — Mamá, dice Marieta, la hija del pana- dero, que su madre ha caído enferma.
Irene. —¡Pobre mujer! ¡tantos hijos como tiene!
Alberto. — Y ¿quién cuidará de Diego, el hijito menor de la panadera?
Susana. — Marieta, que es muy seria y trabaja- dora; ella hará de madre con el nene. Y, a pro- pósito, mamá, ¿quieres que cuando concluya mis quehaceres vaya a acompañar a Marieta? La po- bre está muy triste y tiene mucho trabajo para que pueda hacerlo ella sola.
Irene. — No sólo lo permito, hija mía, sino que me complace tu pedido; eso demuestra que tienes buenos sentimientos y entiendes la amistad.
Alberto. — ¿Podemos ir ahora a jugar un rato?
Irene. — Sí, queridos.
Susana. — ¿Vas a lavar la loza? mamita. Voy corriendo por el lienzo para secarla.
Alberto. — ¿Quieres que juguemos a las escuelas? Julia.
Julia. — Bueno; yo seré la maestra y tú el maestro. Sentémonos delante del escritorio y