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tales riachos o arroyos sean menos considerables y arras- tren más o menos agua según la estación, pues es sa- bido que hay épocas del año en que llueve más que en otras, formándose entonces, a lo largo de las costas del Paraná, innumerables arroyos que vierten sus aguas en éste.

Así como en el Paraná desaguan muchos ríos y arroyos, a cada uno de éstos afluyen otros muchos. Por ejemplo, al Paraguay van el Pilcomayo y el Bermejo, al Salado el Cachi y el Guachipas, al Carcarañá el río Cuarto. Si bien se mira, el Paraná recibe las aguas de todos los ríos y arroyos que cruzan la vasta zona que se extiende desde Formosa y Misiones hasta el norte de la provincia de Bue- nos Aires y por el oeste desde Salta hasta San Luis. A esa red de arroyos y ríos que convergen a un gran río se da el nombre de hoya.

La razón de que vayan hacia el Paraná tantos ríos, es la misma que hace correr a éste hacia el territorio argentino: es decir, que nacen en terrenos altos y, siguiendo la pen- diente natural del suelo, sus aguas descienden poco a poco hasta arrojarse en el río Paraná, por lo cual se les llama tributarios o afluentes.

Así, inmensamente engrosado, el Paraná corre siempre hacia el sur hasta la ciudad del Rosario, donde se desvía un tanto al sudeste, para alcanzar la parte más baja de su curso y terminar el largo viaje que acabo de relatar. Pero no para morir sino para dar vida a otro río mayor aún, como ustedes verán luego.

Fácil es suponer cuánta arcilla, arena, semillas y vege-