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«La noche había llegado entre tanto; así es que, tras breve momento de conversación, cada cual se retiró a descansar: los viajeros dentro de las carretas, los troperos a campo raso, tendidos sobre un cuero y cubiertos con el poncho, prenda del traje durante el día. Por turno, dos peones debían velar nuestro sueño.»


Tropa de carretas en la plaza Monserrat (hoy Belgrano, en la Capital federal) en 1839. (Cuadro de C. Lezica.)

— Y hacían bien, ¿no? tía; porque mientras dormían podía llegar un puma... — interrumpió Ramoncito:

— Precisamente — prosiguió la narradora; — los via- jeros, decíame mi abuelo, temíamos mucho a los anima- les salvajes y, tanto o más que a éstos, a los indios, que en sus incursiones solían asaltar las tropas de ca- rretas para robar a los pasajeros después de darles muerte.

«Al amanecer emprendimos la marcha para interrum-