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vecinos de Rafaela a Don Juan de las casas blancas, como cariñosamente lo apellidaban. “Y se explica que lo qui- sieran, pues el buen anciano era el más asiduo protector de los pobres de muchas leguas a la redonda.

No sé si ustedes sabrán que las campañas de Santa Fe, así como gran parte de las de Córdoba, Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes y territorio de la Pampa, están habita- das casi exclusivamente por colonos, gente laboriosa que se dedica a la agricultura, sembrando trigo, maíz, cebada, lino, alfalfa y otras semillas que prosperan admirable- mente en las tierras de esas provincias.

Mediante cierta suma anual, los colonos acostumbran arrendar una o más chacras al propietario de la colonia, y es regla muy general que, después de unos cuantos años de buenas cosechas, acaben por convertirse en propieta- rios de las chacras arrendadas; pero, a veces, también suelen arruinarse, cuando se presentan varios años malos, es decir de sequía, lluvias excesivas o grandes mangas de langosta.

Para remediar en lo posible esos males ahí estaba siem- pre el bueno de don Juan.

¿Que la cosecha de uno se perdía por una granizada caída pocos días antes de la siega? Don Juan facilitaba trabajo en sus propias chacras a los labradores que por tal causa quedaban sin quehacer.

¿Que tal otro, por haber tenido enfermos en su familia, no podía pagar al propietario el arrendamiento de las tie- rras que cultivaba? Don Juan le prestaba el dinero necesa- rio, a devolver en porciones muy pequeñas y al cabo de