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Los anales.—Libro XVI.

nidad sacerdotal, querían antes ocuparse en los regalos de sus huertos que en pagar su debida y natural obligación á la república.» Tomaron al punto los acusadores este pensamiento como por armas de su pretensión, y habiendo comenzado Cosuciano, le interrumpió Marcelo, gritando con mayor vehemencia: «Que en aquello se trataba del punto más importante de cuantos se podían ofrecer en la república, y que con la contumacia y obstinación de los inferiores se disminufa la benignidad del emperador: que habían sido los senadores hasta aquel día demasiado sufridos, pues dejaban sin castigo á Trasea, rebelde al imperio, y á su yerno Helvidio Prisco, llevado del mismo furor, junto con Paconio Agripino (1), heredero del paternal aborrecimiento contra los principes, y Curcio Montano, inventor de versos abominables: que si Trasea, contra los institutos y ceremonias de los antepasados, no se hubiera vestido descubiertamente en traje de enemigo y de traidor á la patria, él procurara hallarse, como varón consular en el senado, como sacerdote en los votos, y como ciudadano en el juramento. Fi nalmente, que aquel hombre, acostumbrado á hacer de senador y á defender á los que murmuraban del príncipe, viniese alli personalmente y declarase lo que quería mudar ó corregir; que más fácilmente le sufrirían el ir reprendiendo las cosas de una en una, que no el condenarlas á todas con su silencio. ¿Desagrádale, decía, por ventura la paz universal del mundo, ó las victorias sin daño de los ejércitos? No se permita que un hombre que se entristece con el bien público; que tiene por solitarios desiertos á las plazas, á los teatros y á los templos, y que le parece una gran amenaza el decir cada día que se quiere condenar á perpetuo (1) Su padre, después de haberse constituido en acusador de Silano, procónsul de Asia, de quien había sido cuestor, fué acusado á su vez de crimen de lesa majestad y sacrificado á la recelosa crueldad de Tiberio.