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Los anales.—Libro XII.

Claudia, que no dar lugar á que pudiese llevarse ella consigo á otra casa el esplendor y grandeza de los Césares.

Prevalecieron al fin estas últimas razones, ayudadas de los regalos y caricias de Agripina; la cual, so color del parentesco, visitando muy á menudo á su tío, le obligó á preferirla á todas las demás y á dejarle gozar del poderío de esposa antes de serlo. Porque en viéndose segura del casamiento, comenzó á designar mayores cosas, trazando el casar á su hijo Domicio, babido de su primer marido Gneo Domicio Aenobarbo, con Octavia, hija de César: cosa á que no se podía llegar sin gran maldad y falta de fe, habiéndola ya César desposado con Lucio Silano, y adelantado al mozo, notable también por otras consideraciones, con las insignias triunfales y con la magnificencia de los juegos de gladiatores que se hicieron en nombre suyo, todo en orden á granjearle el aplauso y amor de la plebe. Pero nada parecía difícil en el ánimo de un príncipe privado de voluntad, juicio y aborrecimiento, sino cuanto se le infundia y mandaba que tuviese.

Vitelio, pues, escondiendo debajo del nombre de censor los engaños serviles, pronosticando el nuevo gobierno que se aparejaba, deseoso de ganar la gracia de Agripina con hacerse partícipe de sus designios, comenzó á acusar criminalmente á Silano de sospecha de amores incestuosos con su hermana Junia Calvina, que poco antes había sido nuera del mismo Vitelio, tomando ocasión de una gran amistad que había entre los dos, aunque poco recatada, y principalmente de la gran belleza y desenvoltura de Junia.

Y César, llevado del excesivo amor que tenía á su hija, daba oídos á estas sospechas contra el yerno. Silano, sin alguna noticia de estas asechanzas y hallándose por suerte aquel año pretor, se vió en un punto privado de oficio de senador por decreto del censor Vitelio; dado que poco antes se había renovado la matrícula del senado con la ceremonia llamada Lustro. Al mismo punto rompió César el parentes-