adivinar, empero, á quien queria comprender, que el árbol era mucho más alto que el hormiguero. Como era una de las grandes damas de la corte y merecia suma consideracion, en vez de perseguirla como á la primera, colocaron encima de su tumba, — cuando murió, — un cascaron de huevo á guisa de monumento, para eternizar el recuerdo de su valor y de su ciencia.
Entre tanto no habia podido descubrir aun á la reina y seguia en observacion. Noté que las hormígan sacaban de vez en cuando sus huevos á secar al sol. Un dia, vi una que no podía recoger el suyo para volverlo á entrar. Otras dos se acercaron para ayudarla, pero como estaban cargadas y estuvieron á pique de dejar caer su carga, se fueron al momento dejando á la pobrecilla sin socorro. « Eso se llama obrar bien. dijo una voz; la caridad bien ordenada comienza por sí mismo. Nosotras hormigas no nos equivocamos nunca, pues todas nacemos razonables. Sin embargo, ante todas, yo soy la que mayor razon poseo. » Y vi entre la multitud una hormiga que se erguia con arrogancia sobre sus patas traseras. No cabia duda, era la reina. De una lengüetada me la tragué y poseí así la sabiduría y la inteligencia. Pero no era bastante.
Á mi vez me puse á subir por el árbol que sombreaba el hormiguero; era una hermosa y secular