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ANDERSEN.

Se dice, y es una creencia popular, que donde un arco iris toca la tierra, hay un tesoro oculto, un pedazo de oro.

Y en efecto, allí, en el bosque, estaba Tesoro dorado; nadie pensaba en el tamborcillo excepto su madre. Ni un cabello de su cabeza le faltaba.

« Rataplan, rataplan; ¡él es, él es! »

Terminada la guerra, firmada la paz, los soldados volvieron á sus paises cubierta la sien con el laurel de la victoria, arrojando hurras, entonando alegres canciones. El perro del regimiento daba grandes saltos, dscribia grandes círculos, andando tres veces el camino que era empero bastante largo.

Y pasaron dias y pasaron semanas. Y Pedro entró en el cuarto de sus padres. Estaba tan moreno como un salvaje, relucian sus ojos de júbilo, su rostro resplandecía como un sol. Y la madre le tenía en sus brazos, besando sus ojos y sus cabellos colorados. ¿No poseia de nuevo á su hijo? No tenía la cruz de plata como lo había soñado el padre, pero tenía los miembros sanos y enteros, cosa que la madre no habia soñado.

Grande era la alegria de todos. Lloraban y reian al mismo tiempo. Y Pedro dió un beso al tambor, « ¿Aun vives, viejo armazon? » exclamó. Y el padre dió un redoble: « ¡Se diria que hay un incendio! dijo