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TESORO DORADO.

« ¡Célebre! » Decia el tambor de los incendios y toda la ciudad decia lo mismo. « Sí, el hijo del tambor, Pedro el de los pelos colorados, Pedro que habian visto correr por las calles era célebre.

« Tocaba en casa, antes de que tocase delante de los emperadores, dijo la esposa del burgomaestre. Entónces estaba perdidamente enamorado de Carlota. Siempre tuvo grandes aspiraciones; pero perdia el juicio. Mi marido reventó de risa al saber semejante locura. Ahora, Carlota es consejera de Estado. »

Sí, Dios habia colocado un tesoro en el corazon del niño que, cuando era tamborcillo, habia tocado la « marcha adelante », y habia hecho vencer á los que iban á retroceder. Tenía un tesoro en su alma: la potencia de los sonidos. Hacia resonar su violín como si hubiese en él toda una orquesta; luego se oia el canto de la alondra, el canto del ruiseñor, y hasta la voz clara y vibrante del hombre. Por esto su música llenaba de delicia los corazones, y hacia resonar su nombre como un eco por el mundo. Era un verdadero incendio de entusiasmo.

« Y ¡qué hermoso es! » decian las damas. Hubo una señora romántica y ya de edad respetable que ideó formar un álbum de los cabellos de todos los hombres célebres, para poseer un rizo de aquella cabellera, de aquel tesoro dorado, de los pelos colo-