duda me mató. Vuestra grandeza recuerda, sin duda, cuan duro fué el invierno; felizmente ya no me puede hacer sufrir. Hubo algunos dias sin viento, pero el frio continuaba, y tan léjos como la vista podia extenderse el mar estaba cubierto de una capa de hielo.
» Todos los vecinos de la ciudad fueron á pasearse sobre el terso espejo. Unos iban en trineo, otros corrian patines, aquellos bailaban debajo de una tienda de campaña, estos bebian en las taberna que se habian instalado allí. Desde mi cuarto, oia los sonidos de la música y los gritos de alegria.
» Esto duró hasta por la noche; la luna se habia levantado y era hermosa, pero no tenía su brillo acostumbrado: desde mi cama, miraba yo el inmenso mar. De pronto, vi una nube blanca, de un aspecto singular. La consideré con atencion y noté un punto negro que se extendia de minuto en minuto. Supe entonces lo que anunciaba. Soy vieja y tengo experiencia. Aunque rara vez se vea esa señal de duelo, la conocia y me acometió un temblor convulsivo.
» La había visto dos veces en mi vida: sabía que aquella nube acarrearía una espantosa tempestad y una marea que se tragaria á todas las pobres personas que bebían y cantaban, no pensando más que en divertirse. Jóvenes y viejos, toda la ciudad estaba allí. ¿Quién los prevendria?... ¿Habría ál-