ritu puro y volar así por todo el mundo. Los primeros días de su estancia en la clínica volaba cotidianamente a la ciudad, a su oficina; pero después le requirieron quehaceres de más monta, y no atendió ya a su oficina, por falta de tiempo.
Era de alta estatura, enjuto; tenía el pelo espeso, muy negro y enmarañado. Era miope y llevaba lentes muy gruesos. Cuando se reía enseñaba no sólo los dientes, sino las encías también, lo que producía el efecto de que la risa rebosaba en todo su ser. Se reía con mucha frecuencia. Tenía voz de bajo profundo.
No tardó en trabar amistad con todos los demás enfermos, y ocupó entre ellos un lugar de mucho relieve. Se constituyó en protector de sus compañeros de clínica. Se imaginaba ser un personaje muy importante, de una posición muy elevada; pero no tenía un concepto preciso de cuál era tal posición, y sus ideas sobre ella cambiaban muy frecuentemente: tan pronto se creía el conde Almaviva como el gobernador de la ciudad o un taumaturgo y bienhechor de los hombres. La sensación de un poder enorme, de una fuerza infinita y de una gran nobleza no le abandonaba jamás. Con este motivo ponía en su modo de tratar a la gente una benevolencia de gran señor, y rara vez era con ella severo y arrogante. Sucedía esto cuando le llamaban «Egor», en lugar de «Georgi», como él quería que le llamasen. Entonces se indignaba hasta saltársele las lágrimas, gritaba que se intrigaba contra él y escribía largas quejas al Santo Sínodo y al