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Página:Los espectros (1919).djvu/153

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Guardó la navaja, apagó la lámpara y las velas y se dirigió a la alcoba.

No tardó en dormirse, hundida en la almohada la faz, aquella pobre faz, que al día siguiente haría reír a todos: a sus colegas, a sus discípulos, a su mujer y a él mismo.