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Escipión.—Tengo un plan.

El grueso romano.—¡Tiene un talento este Escipión!

Escipión.—Nuestras lindísimas raptoras—por que parece que no somos nosotros quienes las hemos raptado, sino todo lo contrario—. Nuestras lindísimas raptoras, digo, ocupadas en arañarse la cara con sus rosadas uñas o en tirarnos de los pelos o en hacernos cosquillas, no pueden oír nuestros argumentos. Y puesto que no pueden oírnos, no podemos convencerlas. Esto no tiene vuelta de hoja.

(Los romanos repiten con desesperación y en tono doliente: «¡Esto no tiene vuelta de hoja!» Las mujeres aguzan el oído.)

Escipión.—He aquí por qué os propongo el plan siguiente: Elijamos entre nosotros un parlamentario, con arreglo a nuestras costumbres de guerra, y propongamos a nuestras encantadoras enemigas que hagan lo mismo. Espero que los representantes de uno y otro campo estarán bajo la protección de la bandera blanca, en completa seguridad—se tienta las narices—, y podrán llegar a un modus vivendi, para expresarme en buen latín. Y entonces...

(Los romanos interrumpen su magnifico discurso con entusiastas hurras. Por unanimidad se de signa como parlamentario a Escipión. Este, con la bandera blanca en la mano, se adelanta con lentitud hacia las mujeres. Al mismo tiempo dirige miradas ansiosas atrás y les dice a los otros: «¡No os alejéis demasiado!»)