Página:Los espectros (1919).djvu/167

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
167
 

Si vuestras narices no estuviesen tan arañadas, ya veríais...

Escipión.—¡Perdonad, señora! No ha sido otra que vos la que me las ha puesto así.

Cleopatra.—¿Cómo? ¿Yo? Entonces sois vos quien me ha raptado. (Le mira con desprecio.) Os ruego que me perdonéis, no os había reconocido.

Escipión. (Con acento alegre.)—¡Y yo os he re conocido al punto! Vuestros cabellos huelen a... ¿Cómo se llama eso?

Cleopatra.—¡No os importa a lo que huelen mis cabellos! Yo creo que no huelen mal.

Escipión.—Eso es lo que yo digo...

Cleopatra.—¡Vuestra opinión me tiene completamente sin cuidado! Y no hablemos más del asunto. Os ruego, señor, que nos digáis, leal y francamente, qué queréis de nosotras.

(Escipión, baja modestamente los ojos, y, no pudiendo contenerse, se ríe, tapándose la boca. Los demás romanos se ríen también. Las mujeres se indignan mucho.)

Cleopatra.—¡Vaya una respuesta! ¡Es innoble! Os pregunto: ¿Qué queréis de nosotras? ¿Qué esperáis obtener? Creo que no ignoráis que todas somos casadas.

Escipión.—Sí, señora, lo sabemos; pero... nosotros también tenemos la intención de pediros en matrimonio.

Cleopatra.—¿Pero habláis en serio? ¡Habéis perdido el juicio!

Escipión.—Señora, miradnos bien: no se tra-