Voces ahogadas.—¡Escuchad, escuchad! Se ha recibido la dirección.
(Marcio saca del bolsillo una campanilla y la agita.)
—¡Silencio, señores, silencio!
Marcio.—¡Señores sabinos! La historia no podrá reprochamos ni la lentitud ni la indecisión. Ni lentitud ni indecisión entran en el carácter de los sabinos, a cuyo temperamento arrebatado, impulsivo, apenas ponen coto la experiencia y la prudencia. ¿Recordáis, maridos despojados, adónde fuimos a parar la mañana memorable que siguió a la terrible noche durante la cual esos bandidos robaron, de una manera abominable, a nuestras desgraciadas mujeres? ¿Recordáis adonde nos llevaron nuestras piernas veloces, devorando el espacio, apartando todos los obstáculos y alborotando toda la región? ¿Recordáis? (Los sabinos guardan silencio.) ¡Vamos, señores sabinos, un pequeño esfuerzo de memoria!
Una voz tímida.—¡Proserpinita querida! ¿Dónde estás?
(Los sabinos siguen silenciosos y pendientes de los labios de Marcio.)
Marcio. (Con énfasis.)—Bueno, voy a refrescar vuestra memoria: corrimos a la agencia de informaciones para enterarnos de dónde se hallaban nuestras mujeres. Por desgracia, esta institución arcaica no lo sabía aún, y nos dió... la antigua dirección de aquéllas. Y durante una semana entera la agencia estuvo dándonos, como si se