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guardan silencio.) ¡Vamos, un pequeño esfuerzo de memoria! En estas condiciones, es difícil hablar. Estáis ahí como estatuas, sin decir esta boca es mía. ¡Bueno, recordad, os lo ruego!

—¡Proserpinita querida!

Marcio.—¡Dejadnos en paz con vuestra Proserpina! Bueno, señores sabinos, voy a ayudaros a recordar. Decidme, ¿para qué os dedicáis a la gimnástica?

Una voz tímida en el fondo.—Para tener los músculos fuertes.

Marcio.—¡Muy bien! ¿Y para qué necesitamos tener los músculos fuertes? ¡Responded!

Otra voz tímida.—Para pegarnos.

Marcio.—(Levantando con desesperación los brazos al cielo.)—¡Oh, dioses! ¡Para pegarnos! ¿Y quién dice eso? Un sabino, un amigo de las leyes, un puntal del orden, un modelo, único en el mundo, de lealtad. Me dan vergüenza las palabras que acaban de ser pronunciadas. Cuadrarían en boca de un bandido romano que roba las mujeres ajenas.

—Proserpinita...

Marcio.—¿Queréis no fastidiarnos más con vuestra Proserpina? Se trata aquí de una cuestión de principios... Veo, señores, que la espantosa pérdida ha eclipsado vuestra memoria, y voy a refrescar vuestros recuerdos. Tenemos necesidad de músculos fuertes para poder llevar, el día en que al fin conozcamos la dirección de nuestras mujeres y de sus raptores, los pesadísimos volúmenes del código civil, las colecciones de las leyes