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(Los profesores arman unos pupitres portátiles, y sobre cada uno de ellos colocan un grueso volumen; todos a la vez abren su libro respectivo ruidosamente, lo que produce la impresión del disparo de una batería. Escipión se anima de nuevo y contempla con curiosidad todos estos preparativos.)

Escipión.—¿De qué se trata, señores? ¿Podría yo quizá seros útil? Pero si se trata de un circo, debo advertiros que el coliseo no está terminado todavía.

Marcio. (Con frialdad.)—¡Cállate, innoble raptor! (Dirigiéndose a los suyos.) ¡Al cabo, señores sabinos, estamos a punto de conseguir el objeto que perseguimos! Tras nosotros queda un largo camino de privaciones, de hambre, de soledad; ante nosotros se presenta una batalla única en la historia humana. Animaos, dominaos, calmaos; contened la cólera sagrada que rebosa en vuestros corazones y esperad tranquilos el fatal desenlace. ¿Recordáis lo que os ha traído aquí?

(Los sabinos guardan silencio.)

Marcio.—¡Recordadlo! Creo que no ha sido por dar un paseo por lo que hemos venido con esos pesados libros. ¿Con qué objeto hemos venido aquí? ¡Decidlo!

Escipión.—¡Verdaderamente, señores, debéis responder cuando se os pregunta!

Marcio. (A Escipión.)—¡Figuraos que no he podido, en todo el camino, sacarles una sola palabra!

Escipion.-¿Es posible?.