linaje de sofismas, como es uso y costumbre entre los refractarios a las leyes. Pero estamos dispuestos a rebatir, uno por uno, vuestros argumentos mendaces. ¡Señores profesores, manos a la obra!
(El profesor que se encuentra más cerca de los espectadores comienza a leer con voz monótona, fuera del tiempo y del espacio.)
—Los crímenes contra la propiedad. Volumen primero, primera parte, primer capítulo, primera página. El robo en general. En la edad antigua, aun más antigua que la actual, cuando las aves y los insectos revoloteaban sin temor bajo los rayos del sol y no se conocía aún el crimen...
Marcio.—¡Escuchad! ¡Escuchad!
Escipión.—¿No habría modo de abreviar un poco?
Marcio.—No, no es posible.
Escipión.—Pues se dormirán.
Marcio.—¿Creéis?
Escipión.—¡Claro! Están ya dando cabezadas, y cuando se hallan en tal estado, su comprensión es nula. Si pudierais empezar por el final, por decirlo así... Tened la bondad de decirnos lisa y llanamente a qué habéis venido.
Marcio.—¡Extraño modo de concebir una discusión jurídica! Pero, puesto que no estáis habituados a discutir seriamente, os diré en dos palabras de lo que se trata: queremos demostraros que no os asiste el derecho de raptar a nuestras mujeres; que sois, señores romanos, unos raptores, y que, pese a vuestros esfuerzos y a vuestros