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Página:Los espectros (1919).djvu/194

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Marcio.—¡Permitid! No comprendo por qué se habla aquí de un pañuelo, cuando se trata...

Cleopatra. (Sin dejar de llorar.)—¡No digo!... Ahora va a armarme un escándalo a propósito del pañuelo. ¿Cómo voy a secarme las lágrimas... que derramo por vos? ¡Es cruel, Anco Marcio! ¡Sois un verdadero monstruo!

(En este momento, casi todos lloran: las sabinas, los sabinos y hasta muchos romanos.)

Una voz.—¡Proserpinita querida!

Marcio.—¡Calmaos, señores sabinos! ¡Dominaos! Voy a arreglarlo todo. Aquí hay un error jurídico. La desgraciada mujer no se da cuenta de que es víctima de estos innobles raptores. Vamos a probárselo. ¡Señores profesores, manos a la obra!

(Los profesores se preparan. El pánico se apodera de los romanos. Escipión coge de la mano a Cleopatra.)

Escipión.—¡Confiesa, confiesa! Si no, va a comenzar de nuevo. ¡Dios nos libre!

Cleopatra.—No tengo nada que confesar. Soy víctima de una calumnia.

Marcio.—¡Señor profesor, estamos esperando!

Escipión.—¡Date prisa, te lo suplico! ¡Confiesa! ¡Oh, Júpiter, ya abre la boca! Esperad, señores sabinos: confiesa. Tapadle la boca a vuestro profesor, puesto que confiesa.

Cleopatra.—Bueno, confieso. (A las demás mujeres.) Vosotras también, queridas amigas, ¿verdad?

Escipión. (Con apresuramiento.)—Todas, todas confiesan. El asunto está arreglado.