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Página:Los espectros (1919).djvu/196

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hacen retroceder a éstas hasta el foro. Lanzan a los sabinos miradas amenazadoras.)

Voces romanas.—¡A las armas, ciudadanos! ¡Defended a nuestras mujeres! ¡A las armas!

Marcio. (Agita la campanilla.)—-¿Qué diablos pasa aquí? ¡Se diría que quieren reñir! ¡Yo me vuelvo loco, señores sabinos!

Proserpina. (Acercándose a los sabinos, y con acento persuasivo.)—Calmaos. Dejadme hablar a Marcio.

Una voz tímida.—¿Eres tú, Proserpinita querida?

Proserpina.—Sí, soy yo, amigo mío. ¿Cómo te va?... Venid aquí, Marcio. No temáis nada. ¿Os habéis percatado de que ni Cleopatra, ni yo, ni ninguna de las demás mujeres, queremos irnos con vosotros? Creo que está bien claro.

Marcio.—¡Cómo! Yo me vuelvo loco. No puedo vivir sin mi Cleopatra. Es mi mujer legítima. ¡Todo lo legítima posible! ¿Creéis que no querrá seguirme?

Proserpina.—¡Por nada del mundo!

Marcio.—¿Qué voy a hacer entonces? Como la amo, no puedo vivir sin ella. (Llora.)

Proserpina.—Calmaos, Marcio. (En voz baja.) Me dais lástima, y voy a deciros en secreto el único medio que os queda.

Marcio.—¿Cuál es?

Proserpina.—Llevárosla a la fuerza.

Marcio.—¿Y creéis que así me seguirá?

Proserpina. (Encogiéndose de hombros.)—Si os la lleváis a la fuerza, se verá forzada a seguiros.

Marcio.—¡Pero eso sería innoble! Me aconse-