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¡Se lo suplico a usted! Si no, las demás pueden también negarse...

Luego de arreglarse la cruz que llevaba en el pecho, el sacerdote, más colorado aún, se dirigió a Karaulova en voz apenas perceptible:

—Señora, sus sentimientos le hacen a usted honor; pero siendo cristiana...

—¡Si yo no soy cristiana!

El sacerdote miró, confuso e impotente, al magistrado, que dijo:

—Karaulova, escuche al sacerdote; él se lo explicará a usted todo.

Y el pobre sacerdote siguió:

—Todos nosotros, señora, somos pecadores. Unos pecamos de palabra; otros, de obra. Dios omnipotente, tan sólo, puede ser juez de nuestra conciencia. Dócil y humildemente, debemos someternos a cuantas pruebas nos envía... Como cuenta de Job la Biblia, debemos resignarnos con nuestro destino. Sin la voluntad del Todopoderoso, ni un solo cabello puede desprenderse de nuestra cabeza. Por grandes que sean nuestros pecados y nuestros crímenes, no tenemos derecho a condenarnos nosotros mismos ni a alejarnos de la Santa Iglesia por nuestra propia voluntad; sería un crimen aun más grande e imperdonable, porque de ese modo nos mezclaríamos en las decisiones del Juez Supremo. Quizá, con motivo de su oficio de usted, le envía Dios una prueba, de la misma suerte que envía enfermedades y otras desgracias, mientras que usted, en su orgullo...