gía cinética de su movimiento de traslación y la energía independiente de éste. Se consideraba, por ejemplo, una vasija con cualesquiera elementos materiales que se hallen en movimiento en ella. Si se descompone la velocidad de cada elemento en dos partes constitutivas, en la velocidad del centro de gravedad común a todos y la velocidad individual del elemento con respecto al centro de gravedad, así se divide, según las fórmulas de la Mecánica clásica, la energía cinética en dos partes: una, que contiene exclusivamente la velocidad del centro de gravedad y representa la expresión usual de la energía cinética del sistema total (Masa de la vasija, más la masa de los elementos), y otra parte constitutiva, la cual contiene sólo las velocidades internas del sistema. Esta separación de la energía interna no es ya posible cuando la expresión de la energía cinética no contiene la velocidad sólo como factor cuadrático, de modo que uno se ve conducido a la idea de que también la energía interna del cuerpo interviene en el valor de la energía de su movimiento de traslación, y esto por una elevación de la masa inerte del cuerpo.
Este descubrimiento de la inercia de la energía creó hipótesis enteramente nuevas para la Mecánica. La Mecánica clásica concibe la masa inerte de un cuerpo como una magnitud inherente a él, absoluta, invariable. La teoría de la Relatividad especial, a la verdad, inmediatamente no dice nada sobre la inercia de la materia; pero ella enseña que toda energía posee también inercia. Ahora, puesto que toda materia en todo tiempo contiene una cantidad probablemente muy grande de energía latente, la inercia de un cuerpo observada por nosotros se compone de dos componentes: la