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LOS HERALDOS NEGROS

EN LAS TIENDAS GRIEGAS

Y el Alma se asustó
a la cinco de aquella tarde azul desteñida.
El labio entre los linos la imploró
con pucheros de novio para su prometida.

El Pensamiento, el gran General se ciñó
de una lanza deicida.
El Corazón danzaba; más, luego sollozó:
¿la bayadera esclava estaba herida?