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su inteligencia, su cultura, su laboriosidad, su correcto civismo y su amor á la familia [1], y atestiguan con sus producciones y su renacimiento literario, especialmente en Constantinopla, ser los dignos hijos de aquellos ilustrados y sabios escritores y tratadistas que en Amsterdam, Ferrara, Venecia, Padua, Amberes, Francfort, Salónica... y otras muchas ciudades, demostraron poseer grandes energías intelectuales, ricos tesoros de conocimientos y firmes caracteres para el trabajo; bienes que constituyen la más augusta grandeza de los pueblos.

Consignado está el glorioso hecho que los emigrados hispano-lusitanos desarrollaron la impresión y la librería en grado considerable con los libros hebreos y judeo-españoles, y que por ellos Salónica, Constantinopla y Esmirna poseyeron prensas pocos años después que se descubriese este maravilloso invento, y doscientos años antes que los turcos lo empleasen. Notorio es que su dispersión por el mundo les dió facilidades y aptitudes

  1. En Tánger, en Tetuán y en todas las poblaciones de Marruecos donde los judíos hablan español, la mujer es considerada por el hombre como su igual; come en la mesa del esposo, recibe visitas, lleva la cuenta de la casa, entra, sale, ríe y habla con entera libertad. (Bullet de l'Alliance Israélite, 1903, página 109.)