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CAPÍTULO XVI.

—;Huye! huye! buen hombre. Alli está un convento; acullá una iglesia; por aquí, por allí,-eran los gritos con que la muchedumbre animaba á Lorenzo para que se salvase, aunque en órden á esto, á la verdad no necesitaba que le diesen consejos. Desde el punto en que concibió alguna esperanza de poder salir de entre sus uñas, empezó á hacer cuentas consigo mismo, y resolvió, si lo conseguia, echar á correr sin parar hasta hallarse fuera, no sólo de la que teniéndole escrito en aquellos librotes, sın que pudiese atinar cómo diablos lo habian pescado, y sabiendo su nombre y apellido, le echarian la garra cuando quisiesen. Tampoco queria acogerse á un asilo sino en caso desesperado, porque pensaba que más vale salto de mata que ruego de buenos. Así, pues, era su ánimo refugiarse al pueblo del territorio de Bérgamo en que estaba casado su primo Bartolo, el mismo que, como se acordarán nuestros lectores, le habia várias veces mandado llamar; pero la dificultad consistia en no saber las calles.

Solo y en un paraje desconocido, en una ciudad igualmente desconocida, ni siquiera sabía por qué puerta salir para ir á Bérgamo; además, aunque lo hubiera sabido, įcómo dar con ella? Estuvo titubeando un instante, pensando si preguntaria las señas á sus libertadores; pero como en el poco tiempo que tuvo para meditar sobre sus aventuras, le ocurrieron mil pensamientos extraños con respecto á aquel espadero tan oficioso, padre de cuatro muchachos, etc., no quiso, por si acaso, manifestar su designio en una gran concurrencia, en la cual podia muy bien hallarse otro del mismo cuño, y así determinó alejarse inmediatamente con ánimo de preguntar por el camino, en paraje donde nadie le conociera, ni supiese para qué lo preguntaba. Dió las gracias y bendijo á sus libertadores, y saliendo por el paso que le dejó expedito la gente, apretó los talones trotando largo tiempo á la ventura por calles y callejuelas, hasta que pareciéndole haberse separado bastante, aflojó el paso para no excitar sospechas, y