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| una causa criminal. Me entendes? Sabiendo dar un torninillo á los bandos, ninguno es reo, ni ninguno es inocente:

por lo que toca al Cura, si es hombre prudente, no se meterá en danza, y si quisiese tenérnoslas tiesas, hay tambien para ellos su freno. De todo se puede salir bien; pero se necesita un hombre: tu caso es grave, y muy grave; el bando está terminante, y si la cosa ha de decidirse entre tf y la justicia, estás fresco. Te hablo como amigo; las.calaveradas es menester pagarlas. Si quieres zafarte, dinero y verdad; conflar en quien desea salvarte, y hacer cuanto te manda.

Miéntras el Abogado charlaba de esta manera, Lorenzo le estaba mirando con la misma atencion con que los babiecas en la plaza miran con la boca abierla al titiritero que, despues de haberse tragado cierta cantidad de estopa, saca de la boca un sin fin de cintas de todos colores; pero apénas se hizo cargo de lo que decia y de su equivocacion, le cortó la palabra en estos iérminos:

—Señor Abogado, usted ha comprendido mal: la cosa es todo al contrario; yo jamás he amenazado á nadie: no soy hombre de semejantes grescas, y si usted pregunta en mi pueblo, todos le dirán que yo nunca he tenido que ver con la justicia. La picardía á mí me la han hecho, y vengo á ver á usted para saber cómo he de conseguir que se me haga justicia, y estoy muy contento con haber visto ese bando.

—iQué diantre!-exclamó el Abogado abriendo muchfsimo los ojos:-qué pastel es este? No hay que darle vueltas; todos sois iguales: ¿es posible que no sepais hablar claro?

—Perdone usted, señor Abogado: usted no me dió lugar para explicarme. Ahora le contaré todo. Sepa usted, pues, que yo debia casarme hoy con una muchacha con quien estoy en galanteos desde el verano, y hoy, como digo, era el dia de la boda: todo estaba dispuesto, cuando el señor Cura buscando mil pretextos y excusas... En fin, para no fastidiar á usted diré, que habiéndole puesto en precision de explicarse como era justo, confesó que se le habia prohibido, pena de la vida, hacer este casamiento. El prepotente D. Rodrigo...

—Disparate!-interrumpió inmediatamente el Abogado frunciendo las cejas, arrugando la nariz colorada y torciendo el hocico;-idisparate! ¿Por qué me vienes á romper la cabeza con esos cuentos? Ten tales discursos allá entre tu gente, que no sabe medir las palabras; pero no vengas