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hombre que con ellas se puede sostener la vida. Aumenlaban semejantes objetos la tristeza del buen religioso, el cual caminaba con el desagradable presentimiento de que iba á oir alguna desgracia. Pero, preguntarán mis leciores, ipor qué este fraile tomaba tanto interes por Lucía? ¿por qué al primer aviso se puso en camino con tanta presleza como si le llamara el padre Provincial? Y quién era esle padre Cristóbal? Es preciso satisfacer á semejantes pregunlas.

Era el padre Cristóbal de *** un hombre cuya edad se ačercaba más á tos sesenta años que á los cincuenta. Su cabeza rapada, á excepcion de lo que formaba la corona, solia alzarse de cuando en cuando con movimientos de orgullo y de impaciencia, pero al momento se inclinaba por reflexion de humildad. La barba canosa, y tan larga que le llegaba hasta el pecho, realzaba las facciones superiores del rostro, á las cuales más bien daba gravedad que disminuia su expresion la abstinencia habitual de muchos años; y aunque inclinados al suelo, algunas veces brillaban con repentina viveza.

No siempre habia sido el padre Cristóbal el que era entónces, ni su nombre ei que acabamos de darle, pues en la pila recibió el dę Ludovico Fué su padre un mercader que, hallándose con muchas riquezas en los últimos años de su vida, y con este hijo único, dejó el comercio por vivir á lo grande.

En su nuevo estado de ociosidad, dió en avergonzarse tanto de haber sido útil á la patria en su antigua profesion, que predominado de semejante extravagancia, buscaba todos los medios posibles para hacer olvidar que habia sido mercader, y él mismo hubiera querido olvidarlo; pero el almacen, la vara de medir y los fardos se le presentaban siempre á la memoria, como á Macbeth la sombra de Banco, entre la suntuosidad de las mesas y la lisonjera sonrisa de los parásitos. Y es indecible el cuidado con que estos aduladores procuraban evitar hasta la más mínima palabra que aludiese á su antigua profesion, tanto, que no volvió á ser convidado un imprudente gorrista que, contestando á cierta chanza del amo de la casa, le dijo que hacía orejas de mercader.

De esta manera el padre de Ludovico pasó los últimos años de su vida en contínuas angustias, temiendo siempre ser escarnecido, sin reflexionar jamás que el vendedor no es más ridículo que el comprador, y que aquella profesion sus ojos hundidos estaban por lo regular