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aquel apóstrofe se apagó en un momento el fuego de su enojo y de su entusiasmo, sin quedarle otra accion que escuchar sumisamente cuantos improperios quiso añadir don Rodrigo. Al fin, retirando la mano con mesura de entre los dedos del caballero, bajo la cabeza y se quedó inmóvil, como al ceder el viento en lo más fuerte de una borrasca, aquieta y compone naturalmente sus ramas un árbol antiguo, y recibe la granizada como el cielo se la envia.

—Véle de aquí,-prosiguió D. Rodrigo,-y da gracias al sayal que te cubre.

Así diciendo, le señaló con desprecio una puerta opuesta á la que le sirvió de entrada. El Padre inclinó la cabeza y se fué, cerrando tras sí la puerta, cuando vió en aquella estancia escurrirse un hombre rozándose con la pared, como para no ser visto desde la sala anterior, y conoció que era el criado viejo que le abrió la puerta de la calle.

Hacia cuarenta años que este hombre vivia en la casa, esto es, ántes que naciera D. Rodrigo, habiendo entrado á servir á su padre, persona de carácter enteramente distinto.

A su muerte, el nuevo amo despachó á toda la familia, renován dola con otra gente; sin embargo, conservó aquel criado, ya por ser viejo, ya porque, aunque de indole y costumbres diferentes de las suyas, recompensaba esta falta con dos cua'idades de que hacía D. Rodrigo gran caso, y eran que tenía en gran concepto la dignidad de su casa, y una gran práctica del ceremonial, cuya tradicion y particularidades más minimas conocia más que otro alguno. El pobre viejo jamás se hubiera atrevido en presencia de su amo ni siquiera á indicar la menor desaprobacion de lo que á cada paso veia, y sólo de cuando en cuando prorumpia en exclamaciones y alguna reconvencion entre dientes á sus compañeros, que muchas veces se burlaban de él, divirtiéndose en provocarle á que echase algun sermon en alabanza de los antiguos usos del palacio. Con esto sus censuras nunca llegaban á oidos del amo, sino acompañadas de la relacion de la burla que se hacia de ellas, por manera que áun para él eran un objeto de mofa sin resentimiento: y luégo, en los dias de convite, el viejo era el hỏmbre de más iniportancia.

Miróle al pasar fray Cristóbal, le saludó, y continuaba su camino, cuando el viejo se acereó á él misteriosamente, se puso el indice en los labios, luégo con el mismo indice le hizo una seña para que entrase en un corredor oscuro: allf le dijo con voz baja que todo lo habia oido, y que tenía que bablarle.

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