A las dos de la mañana estuvo a punto de zozobrar la chalupa. Cogida entre dos olas, fué lanzada al aire a bastante altura y cayó en un abismo, cuyas líquidas paredes se cerraron en seguida.
¡Fué un momento terrible! Todos, al verse caer en aquella profunda sima, se dieron por muertos, considerando imposible volver a salir de ella.
Cornelio y Hans lanzaron un grito de terror, dándose por muertos; pero una tercera ola empujó al barquichuelo, que pudo subir a flote y seguir adelante, aunque lleno de agua. A las tres, otra ola, que embistió de costado a la chalupa, estuvo a punto de volcarla; pero Van-Horn, que no abandonaba la caña del timón, la salvó con una brusca virada, mientras el Capitán, sin perder un momento la calma, aflojaba rápidamente la cuerda de la vela.
Casi en el mismo instante Cornelio, que estaba a proa, señalaba una costa.
La había visto a la luz de un relámpago; pero la obscuridad volvió a caer sobre aquel mar proceloso, ocultándola a las miradas del Capitán.
—¿Estás seguro de no haberte equivocado, Cornelio?
—No, tío; la he visto perfectamente.
—¿A proa?
—Hacia el Nordeste.
—¿Lejana?