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LOS PESCADORES DE TRÉPANG

agua con gran atención, explorando el fondo de la bahía, que se distinguía perfectamente.

—Tenemos siete brazas de agua—les dijo con aire satisfecho—. Nuestros pescadores no tendrán que fatigarse mucho.

—Pero ¿dónde está el trépang?—preguntó Hans.

—El fondo está lleno de ellos. ¿No ves nada entre la arena y las algas?

—Me parece distinguir unos rollos que se mueven.

—Pues esos son las olutarias, o, si te parece mejor, los trépang que pescaremos.

—Y son de los mejores, Capitán—dijo Van-Horn—. Mire usted los bankolungan, más al fondo los kikisan, los talifan, y más allá se perciben los murrang.

—Que los chinos pagan muy caros, viejo mío—dijo el Capitán—. Hay aquí una verdadera fortuna que pescar.

—¿Nos dirás, al fin, lo que son esas olutarias?—preguntó Hans.

—Sí, muchacho—respondió el Capitán—. Anda, Van-Horn, haz que bajen los pescadores.

Diez chinos medio desnudos, que llevaban al cinto largos cuchillos ligeramente curvados para defenderse, en caso de necesidad, de los peces-perros, que abundan en aquellas aguas y que son tan aficionados a la carne humana como los antropófagos de la costa septentrional de la Australia, bajaron a la chalupa a una orden

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