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Página:Los pescadores de Trepang.djvu/178

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EMILIO SALGARI


Cinco de ellos yacían en la arena, y otros tres, heridos de gravedad, tal vez mortalmente, se agitaban con violentas convulsiones.

Los náufragos comenzaron otra vez el fuego, para obligar a los saurios a volverse al río; pero los terribles anfibios parecían dispuestos a renovar su acometida.

—No perdáis golpe—decía el Capitán—. Si podemos resistir siquiera diez minutos, la chalupa dejará el banco.

—Ya está todo él cubierto de agua—dijo Cornelio—. La marea sube rápidamente.

—Pero estos cocodrilos no se deciden a irse—repuso Van-Horn—. ¡Aquí viene otro!

—¡Duro con él, muchachos!—gritó el Capitán.

Dos disparos sonaron casi a un tiempo. El cocodrilo dió un salto que lo hizo caer al borde del banco, de donde rodó al río desapareciendo bajo el agua.

Los otros, que parecían indecisos, retrocedieron; pero en seguida volvieron a acometer atropellándose los unos a los otros para acabar más pronto con aquellos hombres. Ya iban a llegar a la chalupa, cuando ésta, que desde hacía algunos instantes estaba dando tumbos sacudida por la marea, se puso a flote deslizándose a través del banco.

—¡Libres!—gritó Cornelio.

—¡A los remos, Horn!—exclamó el Capitán, descargando su fusil en medio de la banda de cocodrilos.

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