NO había un momento que perder. Los piratas, atraídos por el ruido de los disparos, se habían puesto rápidamente en campaña, para tratar de hacer prisioneros a los náufragos antes de que cayesen en manos de otros. Creían, sin duda, que habían sido atacados por indígenas y venían decididos a disputarles la propiedad sobre aquellos hombres y sobre la chalupa.
Los náufragos, que oían las voces de los que se acercaban y hasta el batir de los remos en el agua, llevaron a tierra la chalupa y la cubrieron con un montón de ramas y de hojas, para no perderla y verse privados de los víveres y mantas que no podían llevarse consigo. Para mayor precaución cargaron con todas las municiones, no queriendo dejarlas en la barca, que, aunque bien escondida, corría el peligro de ser descubierta y saqueada.
—¡A tierra!—exclamó el Capitán.
Por el recodo del río había aparecido una piragua tripulada por muchos hombres, y detrás se veía ya la proa