chinos, malayos y cochinchinos les gustan muchísimo; pero nosotros los europeos preferimos otros pescados más finos y sabrosos.
—¿Y se paga caro el trépang?
—Carísimo, Cornelio. La calidad mejor se paga en los mercados chinos de veinte a treinta y cinco pesos el pikul[3]. Los hay de calidad inferior, que se pagan entre seis y diez pesos.
—Debe de ser muy buen negocio para los pescadores.
—No siempre, Hans, porque las olutarias, lo mismo que las ballenas, van ya escaseando. En estas islas, que antes eran riquísimas en moluscos, hay ya muchos menos, por la incesante pesca que de ellos se hace. Es una verdadera guerra de exterminio, especialmente por parte de los barcos europeos y americanos.
Hasta hace algunos años las islas Likana eran célebres por la abundancia del trépang en sus aguas; pero desde que un capitán americano pescó durante el año 1845 doscientos sesenta y cinco pikules, y el capitán Muyne casi otro tanto en 1847, las olutarias desaparecieron de aquellas playas.
Y basta por ahora, sobrinos míos. Hagamos disponer la otra chalupa, y vamos a colocar las calderas.
—¿Las calderas?—exclamó Cornelio—. ¿Qué intentas hacer?