fertilísimas y cubiertas de exuberante vegetación.
Todas ellas son pequeñas, a excepción de la de Trana, que tiene veinte leguas de largo por tres de ancho, y está poblada por multitud de papúes y malayos, repartidos en veinticuatro aldeas, dieciséis de las cuales son cristianas, cinco mahometanas y tres idólatras.
Aunque no haya en ella ninguna colonia de blancos, pertenece a los holandeses, que la visitan mucho para adquirir conchas de tortugas, trépang y aves del paraíso. Los barcos malayos, llamados paraos, frecuentan aquellas playas para pescar olutarias y traficar con sus naturales.
La piragua, guiada por Uri, llegó al puerto natural de Dabo, formado por las islas Vama y Vacam, que es el más importante de todo el archipiélago, y ancló ante el viejo fuerte holandés.
Los náufragos tuvieron la satisfacción de encontrar allí una goleta holandesa, a cuyo Capitán conocían, y que estaba cargando trépang. Era la Batanta, de Timor, mandada por un antiguo amigo de Van-Stael.
Renunciamos a describir la acogida que tuvieron los náufragos por parte de sus compatriotas: el Capitán puso el buque a su disposición.
El joven Uri se detuvo dos días en Dabo acompañando a sus salvadores, y luego, antes de partir, sacó de un escondite que había en la piragua dos grandes paquetes envueltos en hojas y cuidadosamente atados con