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LOS PESCADORES DE TRÉPANG

desapareciendo detrás de las rocas que rodeaban la bahía.

-¡Que te devoren los perros salvajes!—le gritó Van-Horn.

—¿Volverá?—preguntó Cornelio.

—Es probable—respondió el Capitán, que se había quedado pensativo—.

Ese salvaje procurará jugarnos alguna mala pasada; pero estaremos sobre aviso, y al primer indicio de peligro nos refugiaremos en el junco.

—¿Habrá alguna tribu por estos contornos?

—Creo que esta costa es demasiado estéril para alimentar a una tribu entera; pero en el interior de la península, los salvajes no deben faltar.

—¿Son valientes?

—Cuando los espolea el hambre, sí. Han exterminado y devorado las tripulaciones de algunos barcos. Hay que vigilar mucho y no dejar que ninguno se acerque sin nuestro permiso.

Los chinos, tranquilizados, emprendieron otra vez la faena de preparar el trépang, mientras los pescadores salieron otra vez en busca de olutarias. Las dos fornallas, cargadas de leña, lanzaban al aire grandes llamaradas, y el agua de las dos pailas hervía sin cesar. Los moluscos, conforme iban cociéndose, eran echados en la lona, la cual estaba protegida por un toldo, para impedir que el sol echara a perder la pesca.

Hans y Cornelio, armados de fusiles, registraban las

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