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VII.—LOS DEVORADORES
DE CARNE HUMANA

E

l Capitán no se había equivocado: en el campamento reinaba el desorden más espantoso.

La tripulación china, que los había abandonado vilmente en el momento en que iban a emprender la persecución de los salvajes para recobrar las calderas, no estaba a bordo del junco. Todos habían desembarcado, y estaban dispersos entre las tiendas, los depósitos de trépang y las hornillas; ¡pero en qué estado!

Aquellos miserables, en vez de prepararse para hacer frente a los australianos en el caso probable de que volvieran a presentarse, se habían aprovechado de la ausencia de los blancos para saquear la despensa del buque y el camarote del comandante.

Olvidando la más elemental prudencia, todos habían desembarcado, abandonando el junco, con peligro de que el viento o las corrientes lo arrojaran contra la costa, y se entregaron a una desenfrenada orgía.

Después de romper los barriles de carne salada y

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