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Página:Los poemas éroticos de Ovidio - Tomo I - Biblioteca Clásica CCXXXIX.pdf/321

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Ovidio

tus males, no tengas confianza en los sortilegios ni en los cantos mágicos.

Si un motivo poderoso te obliga a permanecer en Roma, oye la conducta que en ella te aconsejo seguir. Alma grande la de aquel que rompió las cadenas que le sujetaban, perdiendo el sentimiento del dolor. Si alguien revela tan supremo esfuerzo, yo me declaro su admirador, y digo que no necesita mis consejos; mas tú que no aciertas a separarte del ídolo amado, tú que quieres ser libre y no puedes, habrás de recibir mis lecciones. Ten presentes a todas horas las infidelidades de tu aviesa amiga, y no borres de tu memoria las pérdidas que te ocasiona. «Ella me ha quitado esto y lo otro, y no contenta de tales rapiñas, me ha forzado su avaricia a vender en almoneda la casa de mis padres. ¡Qué juramentos me hizo la pérfida y cuántas veces los violó, y cuántas permitió que yaciese tendido en su puerta! Ella ama a otro, le fastidian mis agasajos, y un mercachifle goza las noches que me son debidas.» Padezcan todos tus sentidos al recuerdo de las injurias siempre vivas, que han de desarrollar los gérmenes del odio, y pluguiese al cielo que estuvieras elocuente al reprocharle sus maldades; pero no, quéjate sólo, y la elocuencia sin pretensiones acudirá a tus labios. En otro tiempo llegó a ser objeto de mi solicitud una joven cuyo carácter no se avenía con mi modo de ser; como Podalirio, curaba mi enfermedad con mis propios remedios, y, lo confieso, el médico anduvo bastante torpe en la curación del enfermo. Sólo me aprovechó reflexionar día tras día sobre los defectos