el aislamiento agravaría tus zozobras, que hallarán grande alivio en las reuniones numerosas. Si permaneces solo, te dominará la tristeza, y la cara de tu prenda abandonada se ofrecerá a tu vista como si fuese su misma persona; la noche es más triste que la claridad del día, porque en ella le falta al desdichado el consuelo de los amigos que distraen las penas. No rehuyas la conversación, no cierres la puerta de tu casa, ni sepultes el atribulado semblante en las tinleblas; ten siempre cerca de ti un Pílades que consuele a Orestes; en tales casos la amistad es un bálsamo que cicatriza profundas llagas. La soledad de las selvas, no puso el colmo a la desesperación de Filis? La verdadera causa de su muerte se explica por el abandono. Vagaba con los cabellos alborotados, como la turba de las Bacantes que suelen ir cada tres años a celebrar las orgías de Baco en el monte Edón, y ya tendía la vista a lo lejos por la inmensa llanura del mar, ya muerta de fatiga se desplomaba en la arenosa playa. «¡Pérfido Demofonte!», gritaba a las insensibles olas, y los sollozos interrumpían sus quejas lastimeras. Una estrecha senda, cubierta de opacas sombras, conducía hasta el litoral, y la desdichada lo recorre ya por la novena vez. «Sabrá mi resolución», dice, y cubierta de palidez, mira la faja que ciñe su pecho, mira las ramas de los árboles, vacila, condena el hecho que se apresta a realizar, tiembla y se lleva las manos al cuello. ¡Desgraciada Filis!, ojalá no te encontraras sola en aquel trance; los árboles de la selva, desnudándose de sus hojas, no habrían llorado tu suerte lamentable.
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