tanto exceso en las citas, y del cual, por otra parte, detestamos el fondo por parecernos que deriva de un malhadado contacto con el Michelet senil e impío, aquel Michelet de debajo de la ropa sucia de las mujeres, ínfimo Parny (al otro Michelet nadie le adora como nosotros)? Sí, ciertamente, ¿qué parecer emitiríamos acerca de este trozo colosal que no fuera confesar que en él nos placen la sabia disposición y todos los versos, sin excepción alguna? Los hay como éstos:
Los cielos veteados de verde, en los finales
latinos, de las Frentes bañan el arrebol
y manchados con sangre de pechos celestiales
los grandes velos níveos caen sobre cada sol.
Paris se repuebla, composición escrita después de la «Semana sangrienta», es un hervidero de bellezas:
¡Tapad palacios muertos con vallas y maderas!
Los viejos días vuelven ofreciendo a los ojos
el rebaño de las que retuercen las caderas.
Cuando tan rudamente en las iras danzaras,
París, y te asestara tanta herida el puñal;
cuando yaces, guardando en tus pupilas claras
algo de la bondad de un retoño vernal.