dido fuego al Teócrito de las églogas más briosas, y el Brindis fúnebre a Teófilo Gautier, muy noble llanto sobre muy buen artífice. Esos poemas gozan ya de cierta publicidad; nos parece inútil citar nada de ellos. Inútil e impío. Sería demolerlos, hasta tal punto el Mallarmé definitivo es único. ¡Cortadle un pecho a una mujer hermosa!
Todo el mundo (el que ya hemos mencionado) conoce igualmente los bellos estudios lingüísticos de Mallarmé, sus Dioses de Grecia y sus admirables traducciones de Edgardo Poe, precisamente.
Mallarmé trabaja en hacer un libro, cuya profundidad no sorprenderá a nadie menos de lo que su esplendor le deslumbre, salvo a los ciegos. Pero ¿cuándo, por fin, querido amigo? Parémonos. El elogio, como los diluvios, se detiene en ciertas cumbres.