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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/104

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rineros; en un instante llegaron a tierra, adonde, en sus hombros y en los de otros soldados arcabuceros que en el barco venían, sacaron a tierra al viejo y al mozo y a los dos prisioneros. Transila, que, como los demás, había estado atentísima mirando los que en el esquife venían, volviéndose a Auristela, le dijo:

—Por tu vida, señora, que me cubras el rostro con ese velo que traes atado al brazo, porque, o yo tengo poco conocimiento, o son algunos de los que vienen en este barco personas que yo conozco y me conocen.

Hízolo así Auristela, y en esto llegaron los de la barca a juntarse con ellos, y todos se hicieron bien criados recibimientos. Fuése derecho el anciano de la felpa a Transila, diciendo:

—Si mi ciencia no me engaña y la fortuna no me desfavorece, próspera habrá sido la mía con este hallazgo.

Y diciendo y haciendo, alzó el velo del rostro de Transila, y se quedó desmayado en sus brazos, que ella se los ofreció y se los puso, porque no diese en tierra. Sin duda, se puede creer que este caso de tanta novedad y tan no esperado puso en admiración a los circunstantes, y más cuando le oyeron decir a Transila:

—¡Oh padre de mi alma! ¿Qué venida es ésta? ¿Quién trae a vuestras venerables canas y a vuestros cansados años por tierras tan apartadas de la vuestra?

—¿Quién le ha de traer—dijo a esta sazón el