estudios, así de las armas como de las letras—si se puede decir que las armas se estudian—; he sido aficionado a la ciencia de la astrología judiciaria, en la cual he alcanzado famoso nombre; caséme, en teniendo edad para tomar estado, con una hermosa y principal mujer de mi ciudad, de la cual tuve esta hija que está aquí presente; seguí las costumbres de mi patria, a lo menos en cuanto a las que parecían ser niveladas con la razón, y en las que no, con apariencias fingidas, mostraba seguirlas, que tal vez la disimulación es provechosa; creció esta muchacha a mi sombra, porque le faltó la de su madre a dos años después de nacida, y a mí me faltó el arrimo de mi vejez y me sobró el cuidado de criar la hija, y por salir de él, que es carga difícil de llevar de cansados y ancianos hombros, en llegando a casi edad de darle esposo en que le diese arrimo y compañía, lo puse en efeto, y el que le escogí fué este gallardo mancebo que tengo a mi lado, que se llama Ladislao, tomando consentimiento primero de mi hija, por parecerme acertado y aun conveniente que los padres casen a sus hijas con su beneplácito y gusto, pues no les dan compañía por un día, sino por todos aquellos que les durase la vida; y de no hacer esto ansí, se han seguido, siguen y seguirán millares de inconvenientes, que los más suelen parar en desastrados sucesos. Es, pues, de saber que en mi patria hay una costumbre, entre muchas malas la peor de todas, y es que, concertado el matrimonio, y llegado el día de la boda, en
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