lleva al puerto donde han de tener reposo mis buenos deseos!
A todo esto no respondió palabra Auristela; antes le vinieron las lágrimas a los ojos, que comenzaron a bañar sus rosadas mejillas. Confuso Arnaldo de tal accidente, no supo determinarse si de pesar o de alegría podía proceder semejante acontecimiento; mas Periandro, que todo lo notaba, y en cualquier movimiento de Auristela tenía puestos los ojos, sacó a Arnaldo de duda, diciéndole:
—Señor: el silencio y las lágrimas de mi hermana nacen de admiración y de gusto: la admiración, del verte en parte tan no esperada, y las lágrimas, del gusto de haberte visto; ella es agradecida, como lo deben ser las bien nacidas, y conoce las obligaciones en que la has puesto de servirte, con las mercedes y limpio tratamiento que siempre le has hecho.
Fuéronse con esto al hospedaje; volvieron a colmarse las mesas de manjares; llenáronse de regocijo los pechos, porque se llenaron las tazas de generosos vinos; que cuando se trasiegan por la mar de un cabo a otro, se mejoran de manera que no hay néctar que se los iguale. Esta segunda comida se hizo por respeto del príncipe Arnaldo. Contó Periandro al príncipe lo que le sucedió en la isla bárbara, con la libertad de Auristela, con todos los sucesos y puntos que hasta aquí se han contado, con que se suspendió Arnaldo, y de nuevo se alegraron y admiraron todos los presentes.