CAPITULO IIIDEL LIBRO PRIMERO
Como se iba acercando el barco a la ribera, se iban apiñando los bárbaros, cada uno deseoso de saber, primero que viese, lo que en él venía; y, en señal de que lo recibirían de paz y no de guerra, sacaron muchos lienzos y los campearon por el aire, tiraron infinitas flechas al viento, y, con increíble ligereza, saltaban algunos de unas partes en otras. No pudo llegar el barco a bordas con la tierra, por ser la mar baja, que en aquellas partes crece y mengua como en las nuestras; pero los bárbaros, hasta cantidad de veinte, se entraron a pie por la mojada arena, y llegaron a él casi a tocarse con las manos. Traían sobre los hombros a una mujer bárbara, pero de mucha hermosura, la cual, antes que otro alguno hablase, dijo en lengua polaca:
—A vosotros, quienquiera que seáis, pide nuestro príncipe, o, por mejor decir, nuestro gobernador, que le digáis quién sois, a qué venís y qué es lo que buscáis. Si, por ventura, traéis alguna doncella que vender, se os será muy bien pagada; pero si son otras mercancías, las vuestras no las hemos menester, porque en esta nuestra