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—¡Ay padre y hermano mío!
Y la otra no dijo más sino:
—¡Seáis bien venido, regalado hijo de mi alma!
La intérprete estaba admirada de oír hablar en aquella parte, y a mujeres que parecían bárbaras, otra lengua de aquella que en la isla se acostumbraba; y cuando les iba a preguntar qué misterio tenía saber ellas aquel lenguaje, lo estorbó mandar el padre a su esposa y a su hija que aderezasen con lanudas pieles el suelo de la inculta cueva. Ellas le obedecieron, arrimando a las paredes las teas; en un instante, solícitas y diligentes, sacaron de otra cueva que más adentro se hacía pieles de cabras y ovejas y de otros animales, con que quedó el suelo adornado y se reparó el frío, que comenzaba a fatigarlos.